Invasión rusa de Ucrania: Discurso del Alto Representante/Vicepresidente Josep Borrell en el debate del Parlamento Europeo (TRADUCCIÓN NO OFICIAL)

09.03.2022
Brussels

Señora Presidenta del Parlamento Europeo, señora Primera Ministra de Estonia, señora [Kaja] Kallas, miembros del Parlamento Europeo,

Gracias a la Primera Ministra de Estonia, Sra. Kallas, por exponer con tanta claridad lo que está en juego. Su presentación ha sido tan completa que, me temo, me será difícil no repetir lo que ya han dicho. Lo intentaré.

Intentaré no repetir lo que el Primer Ministro ha dicho y ustedes ya saben. Quiero traer a esta Cámara un doble mensaje. En primer lugar, hemos hecho mucho. Segundo, ¿hemos hecho lo suficiente?

Primero, hemos hecho mucho, rompiendo tabúes, y avanzando en algunas cosas que eran impensables unos días u horas antes. Pero, ciertamente, no es suficiente, y deberíamos haberlo hecho más rápido. Así pues, seamos autoelogiosos, pero al mismo tiempo seamos autocríticos, porque los retos a los que nos enfrentamos requerirán una postura firme por nuestra parte y exigirán que estemos dispuestos a pagar un precio.

Pagar un precio porque las consecuencias de la guerra serán duraderas, y las consecuencias de esta guerra marcarán las políticas europeas durante años y décadas.

Vamos a enfrentarnos al problema del abastecimiento de gas, de los refugiados, cambiando sobre todo lo que entendemos por Política de Seguridad y Defensa de la Unión Europea, y a la fragmentación de la economía mundial que seguramente resultará de la militarización de la interdependencia, que ya no es algo que se discuta en los círculos académicos. No es un concepto abstracto, es una realidad: la militarización de la interdependencia. Y, ciertamente, dependemos del gas ruso y lo primero que hay que hacer es anular esta dependencia.

Estimados miembros del Parlamento Europeo,

Cuando hace dos semanas sonó el teléfono a las cinco de la mañana y mi Jefe de Gabinete me dijo "han empezado a bombardear Kiev", sentí que pasaba una página de la historia. Y sentí que entrábamos en una nueva era, en un nuevo momento de la historia. En una ocasión en la que nosotros, los europeos, deberíamos ser capaces de enfrentarnos realmente al desafío que Rusia nos plantea.

Para no repetir lo que ya ha dicho la Primera Ministra [Kallas], permítanme hacer algunas evaluaciones, en términos generales, de lo que está ocurriendo en esta nueva era de nuestra historia.

La primera es que el hecho de que si bien a nosotros, los europeos, no nos gusta la guerra, esto no es una licencia para no pensar en la guerra.

Aquí, a los europeos no nos gusta la guerra, hemos tenido demasiadas. Nos ha dejado un sabor amargo. No queremos hacerlo [más]. Pero eso no significa que otros no quieran hacerlo. Se necesitan [dos] para hacer la paz. Se necesita uno, sólo uno, para hacer la guerra. Y ahora nos enfrentamos a una guerra, porque [el presidente ruso Vladimir] Putin tiene una visión de la historia completamente diferente a la nuestra. Su universo mental es diferente al nuestro. Y por eso hizo lo que hizo. Por eso, para afrontarlo, aún sabiendo que se equivocó en un cierto número de previsiones.

Putin ha pensado que Ucrania era débil y servil, y se ha encontrado con un país fuerte y resistente. Pensó que Europa estaba demasiado dividida y demasiado dependiente de su gas para mostrarse unida frente a él. Pensó que los Estados Unidos estaban demasiado ocupados con China para volver a fijar sus ojos en lo que pasaba en Europa. Pensó que la división entre Europa y los Estados Unidos era suficientemente grande como para que no nos uniéramos como lo hemos demostrado. Pensó que su ejército era capaz de aplastar a Ucrania en pocos días, ocupar Kiev, y colocar allí un régimen fantoche. Y todo eso, no ha sido como él pensaba. Y esta guerra va a durar y saldremos de ella en función de una serie de circunstancias que después intentaré explicarles a ustedes.

La segunda consideración que hemos de hacer, es que la interdependencia económica y la globalización no cambia la brutalidad de las relaciones de fuerza. El cambio político, a través de las relaciones comerciales, es una buena manera de construir un mundo pacífico, pero no es suficiente. Desde luego, no lo es frente a aquellos que no comparten nuestros valores de la democracia liberal. Creo que fue [Vladimir] Lenin quién dijo aquello de que “los capitalistas estarían dispuestos a vender hasta la cuerda con la que les ahorcaremos si de ello sacan algún beneficio”. Y Putin pensó que nuestra adicción al gas ruso era lo suficientemente fuerte como para hacernos retraer de la guerra en Ucrania.

Pensó que nuestros lazos energéticos con Rusia nos immobilizarían y, ciertamente, nuestros lazos energéticos con Rusia nos condicionan. Porque cada año pagamos al petróleo, al carbón y al gas ruso, el equivalente a las reservas de cambio que hemos bloqueado en los bancos occidentales, donde el Banco Central ruso las tiene depositadas. Hemos bloqueado el stock, pero no hemos parado el flujo. Ya sabemos que los stocks son consecuencias de la acumulación de flujos, como ha hecho Putin desde que invadió Crimea, cuando puso a salvo sus reservas de cambio, sacándolas de la denominación en dólares y en euros para ponerlos en la moneda china, en oro o en divisas que estuvieran fuera de nuestro alcance.

Por lo tanto, la primera cosa que tenemos que hacer es cortar el cordón umbilical que une nuestra economía con la rusa y cortar el flujo que le permite acumular reservas con las cuales financiar la guerra. Y eso, lo podemos hacer al nivel político macro, como ayer hizo la Comisión [Europea] con una nueva Directiva que pretende recortar, de aquí a fin de año, en 2/3 partes, nuestra dependencia del gas ruso. Objetivo difícil, pero realizable si realmente nos aplicamos a ello. Y eso requiere medidas macroeconómicas, medidas técnicas, y también pide que los ciudadanos europeos bajen la calefacción de sus casas. También pide que todo el mundo haga un esfuerzo individual en recortar el consumo de gas, igual que recortamos el consumo de agua cuando hay sequía, e igual que cuando nos ponemos una máscara para combatir el virus.

Lo que hemos hecho contra el COVID-19, lo hemos de hacer a favor de Ucrania. Tiene que ser una movilización de los espíritus, de las actividades, de las actitudes individuales en un compromiso colectivo para hacer frente a una tarea que es, sin duda, histórica y que hemos empezado demasiado tarde, pero más vale tarde que nunca. Porque cuando Rusia invadió Crimea, dijimos que teníamos que reducir nuestra dependencia del gas ruso. Desde entonces hasta ahora la hemos aumentado. En vez de reducirla, la hemos aumentado. Y ya es hora de que sistemáticamente, permanentemente, constantemente, con el valor casi de una cruzada política, los europeos reduzcan su dependencia del gas ruso. Porque la defensa de los valores liberales no se hará si no existe un compromiso político de los ciudadanos dispuestos a pagar un precio por ello. Será una pura quimera, serán declaraciones teóricas y retóricas, si no estamos dispuestos a actuar más unidos, más coordinados y a pagar el precio que tiene inevitablemente cualquier transformación estructural, como aquella que representa cambiar el mix energético del conjunto de un continente.También tenemos que luchar contra la narrativa. Ayer estuve hablando a los ciudadanos de India, de Oriente Medio, de los Emiratos Árabes Unidos, contrarrestando el discurso de Rusia que dice que hemos sido nosotros, los Occidentales – en particular Ucrania – los que han iniciado la guerra. Que somos nosotros los que lanzamos amenazas nucleares. Que la culpa es nuestra por intentar empezar lo que ya llaman – la llaman así - la Tercera Guerra Mundial.

Hay que combatir esta narrativa, primero, cortando las fuentes de desinformación, como hemos hecho. Y después hay que desarrollar la nuestra. Porque no basta con silenciar la suya, hay que desarrollar la nuestra. Y les invito a todos ustedes, parlamentarios, que desarrollan una gran labor de diplomacia parlamentaria, a hacerlo ahora, más que nunca, llevando la voz de Europa para explicar qué es lo que realmente pasa. Porque no todo el mundo tiene la misma clara conciencia que nosotros sobre lo que está pasando en Ucrania. Los mensajes falaces trucados de mentiras pueden perfectamente contaminar las mentes de aquellos que no tienen más información que la que reciben. Es nuestra obligación dar esa información permanentemente, porque tenemos una batalla acerca de la interpretación histórica de estos acontecimientos.

Hay que separar también al régimen de Putin del pueblo ruso. Hemos llamado a esta guerra, la guerra de Putin. Y es cierto, es su guerra, porque es él quien ha decidido iniciarla y solo él puede pararla. Pero tenemos que separar claramente lo que son los designios de una determinada persona apoyada por un régimen, apoyada por un conjunto de oligarcas basados en la corrupción y en la sustracción de las riquezas de un gran país; con lo que es el pueblo ruso, que ha tenido también el valor de salir a la calle a protestar contra la guerra. Hay varios miles de ciudadanos rusos que están en la cárcel por ello y que merecen nuestra solidaridad y apoyo tanto como los habitantes de Ucrania.

Esta confrontación va a durar. Va a ser como el COVID-19, no va a desaparecer un buen día. Va a permanecer y dejar su marca en la historia. Y su evolución va a depender de varios factores – algunos de los cuales no controlamos.

El primero es el equilibrio del poder militar en el terreno. Una guerra la ganan o la pierden los que combaten en ella. Y por eso es importante que sigamos apoyando con medios militares el esfuerzo del ejército y del pueblo de Ucrania.

El segundo serán las consecuencias de las sanciones que hemos decidido aplicar contra Rusia en la dimensión financiera y económica. La economía rusa está poco intrincada con la economía mundial. Rusia es hoy, básicamente, una gasolinera y un cuartel. Es un sitio donde venden hidrocarburos y con ello alimentan a unas fuerzas armadas dispuestas a intervenir donde haga falta. Desde el Sahel al Cáucaso, pasando por Siria y ahora Ucrania. Dependerá del efecto de nuestras sanciones. Las noticias empiezan ya a señalar que Rusia corre el riesgo de default en algunas de sus deudas externas. En todo caso, la caída del rublo ha sido impresionante, lo cual demuestra la vulnerabilidad de su economía - y eso tendrá impactos, desgraciadamente, también en la población -, cuyos efectos debilitaran, pero también, desgraciadamente, no podemos esperar que tengan efectos en los próximos días. Su impacto será duradero, pero se manifestará progresivamente a lo largo del tiempo.

Por eso hemos de seguir aumentando la presión a través de los medios de los que disponemos. Y quiero anunciar a esta Cámara que a estas horas se ha circulado a los Estados miembros, un nuevo paquete de sanciones que incluye a más de 100 responsables de distintos niveles del gobierno y de la nomenclatura rusa y más sanciones económicas que espero que sean aprobadas antes de que acabe esta sesión.

También va a depender de la movilización internacional contra la guerra. Va a depender de lo que haga el resto del mundo. Sí, podemos estar satisfechos del extraordinario éxito diplomático que representa que 141 países hayan condenado a Rusia y solamente 4 – y cuáles 4 – hayan sido los que lo apoyan. Y cuáles 4 – Corea [del Norte], Bielorrusia, Eritrea [y Siria] - valiente compañía. Pues esta es su única compañía. Pero también hay muchos países que se han abstenido. Y hemos de interpretar esta abstención, especialmente en África. Hemos de entender de qué manera entiende el mundo lo que está ocurriendo y hemos de reforzar nuestros lazos con aquellos países que por algunas razones relacionadas con el temor a Rusia y otras relacionadas con el ansia de demostrar una independencia de pensamiento y de acción, no se han unido a la condena, si no que se han abstenido o no han participado en el voto.

América, la del Norte y la del Sur, ha estado muy unida en la condena a Rusia. No lo ha estado tanto África. Desde el punto de vista geopolítico tenemos que concentrar nuestra atención en una relación más profunda con los países africanos para compartir las mismas actitudes cuando el mundo entra en una fase crítica como esa.

Putin ha intentado conquistar rápidamente las ciudades, y no lo ha conseguido. Pretendía tomar Kyiv en una semana, y Kyiv resiste. Todas las ciudades ucranianas resisten. Y ante eso hace lo que el ejército ruso sabe hacer, que es bombardear. Lo hizo en Alepo, lo ha hecho en toda Siria – reducida a escombros -, lo hizo en Chechenia y lo va a hacer en Ucrania, sin ninguna clase de consideración por las víctimas civiles que pueda producir. Abriendo corredores humanitarios con la condición de que conduzcan hacia Rusia y bombardeándolos en el momento en el que la gente empieza a utilizarlos. Nuestra condena moral no puede ser mayor. Pero esto no es un problema de moral, es un problema de fuerza. Es un problema de trabajo diplomático, porque a pesar de toda la condena que hagamos, tenemos que seguir trabajando para conseguir un alto el fuego y que se abran negociaciones directas e incondicionales entre Ucrania y Rusia bajo los auspicios de las Naciones Unidas.

Mientras tanto, nosotros tenemos que repensar lo que queremos ser. Tenemos que repensar cuándo y cómo vamos a activar aquellos artículos del Tratado – que están en el Tratado – que prometen que Europa construirá una defensa común - no alternativa a la OTAN, sino complementaria - que dedicaremos más fuerza, más capacidad, más voluntad política y más compromiso a tener capacidades que aumenten nuestra seguridad y nuestra defensa.

Debo expresar mi satisfacción por el hecho que Alemania haya dado un primer paso al frente en esta dirección. A nadie le gusta decir a sus ciudadanos que tiene que aumentar su esfuerzo militar. Todos preferimos la mantequilla a los cañones, como se decía durante las guerras mundiales. Pero cuando en 1975 se firmaron los acuerdos de Helsinki, los países que hoy forman la Unión Europea gastaban en defensa aproximadamente el 4% de su PIB. Y ahora están gastando aproximadamente el 1.5% de su PIB. Una reducción del 4% al 1.5% en 50 años de paz pudo estar justificada cuando los dividendos de la paz se empleaban en aumentar la seguridad social, el estado del bienestar. Pero ahora, con los desafíos que tenemos enfrente, sería realmente negar la realidad si no hiciésemos el esfuerzo pedagógico necesario para explicar a nuestros ciudadanos que nuestro sistema de vida tiene un precio. Que hemos organizado Europa como un jardín a la francesa: ordenado, regulado, regido por leyes y normas. Pero que fuera la jungla crece. Y si no queremos que la jungla invada nuestro jardín, tenemos que invertir, no solo en cuidarlo, sino en defenderlo. Porque desde Gibraltar hasta el Cáucaso, nuestro entorno está rodeado por un círculo de fuego alimentado, entre otros, por Rusia. E Cáucaso, en Siria y, ahora, en el Sahel.

Los europeos necesitan que el ruido de las bombas a las 5 de la madrugada de hace 15 días al caer sobre Kyiv, les despierte de su sueño de bienestar y les permita enfrentar los desafíos que no hemos buscado, pero que el mundo proyecta sobre nosotros. Y Ucrania es el primero.

Corten el gas en sus casas, disminuyan la dependencia de quién ataca a Ucrania y comprometámonos más en una defensa colectiva, que es una obligación de los tratados a la que hemos prestado demasiada poca atención hasta ahora.

Muchas gracias.Versión original

Link al (empezando en 21:20): https://audiovisual.ec.europa.eu/en/video/I-219918